Friday, October 13, 2006

El Fokker 19 años después




A los 11 años aún pensaba que los muertos se iban al cielo. Y aquella tarde del miércoles 9 de diciembre de 1987, tras regresar del colegio, quise comprobarlo.

La noche anterior había sido la más larga de mi corta existencia. No dormí. Tenía la pequeña radio pegada a la oreja desde las 8 de la noche. Por la tarde, RPP había transmitido el triunfo de Alianza Lima sobre el Deportivo Pucallpa con gol de uno de mis ídolos, ‘Pachito’ Bustamante. La alegría era doble, porque la punta de la tabla ya era nuestra y el equipo se iba para campeón después de 9 años.

LA MUERTE VINO DEL CIELO
A las 8 de la noche, sintonicé La Rotativa Deportiva. Quería escuchar el análisis del partido de la tarde. Pero a los pocos minutos todo cambió. Un enlace urgente desde el aeropuerto Jorge Chávez daba cuenta de las dificultades que tenía el Fokker F-27 que traía al equipo. Se decía que el tren de aterrizaje estaba fallando y que el avión estaba sobrevolando en círculos tratando de solucionar el problema. Preocupante, pero sin causar alarma.



El programa siguió, pero ya no quería escucharlo, ya no me importaba, y los comentaristas tampoco se entregaban ardorosamente, como de costumbre, a desmenuzar los partidos de la fecha. El pensamiento estaba en otro lado: en el cielo limeño 43 personas luchaban por no morir. "En cualquier momento tendremos nueva información desde el Jorge Chávez", repetía una lacónica voz.

Acabó el programa y el resumen de las noticias de la hora daban cuenta de lo mismo, pero no por mucho tiempo, pues enseguida hubo otro enlace con el aeropuerto. "El avión que trae a la delegación aliancista ha sido declarado desaparecido…" decía escueto el relato. Toda clase de pensamientos cruzaron por mi mente: ¿Se cayó el avión? ¿Habrán muerto todos? ¿Aterrizó en otro lado? ¿Sigue dando vueltas sobre la ciudad? ¿Dónde está ese maldito Fokker? No hubo respuestas durante esa larga noche. Habría que esperar al nuevo día.

Y el amanecer trajo novedades. Los noticieros madrugadores de la televisión confirmaban lo que la mayoría temía: el avión había caído en el mar de Ventanilla. Inconscientemente ya había internalizado esa posibilidad como el más probable desenlace. Pero igual dolía.


IMPUNIDAD OFICIAL
Antes de desayunar el quaker que mamá me preparaba todas las mañanas, corrí al mercado, ubicado a 4 cuadras de casa, a comprar un diario. Era una mañana soleada de primavera, pero con una cara triste, muy triste. Yo ya no quería saber nada del partido del día anterior, ni de la tabla, ni si nos íbamos para campeón, ni con quiénes nos faltaba jugar. Nada. Mis cándidos 11 años solo querían algún dato esperanzador. Algo que a los noticieros de radio y televisión se les pudiese haber escapado. Nada. Todos, con ciertos matices, contaban la misma historia. Regresé con el diario bajo el brazo, pensando.

A las 12 pm. salí al colegio (estudiaba en la tarde). Caminé las 7 cuadras, pensando. En el colegio no se hablaba de otra cosa que no sea el accidente. Hasta los profesores estaban a la caza de alguna novedad en lugar de concentrarse en sus clases. Todos querían saber si ya se había encontrado algún cuerpo.


Regresé del 6011 después de las 6 pm. No quise hablar con nadie en casa. Hablaba conmigo mismo (siempre lo hago). Estaba oscureciendo. Subí a la azotea de casa. Algunas estrellas empezaban a mostrar su luz. Me recosté sobre el suelo con las manos sosteniendo mi cabeza y empecé a llorar mirando el cielo. Recién era consciente de la realidad: Todos estaban muertos. Ya no volverían más. Pero era un niño. Creía en el cielo, en el paraíso, en el infierno. Mientras lloraba, me concentraba en ese cielo ahora completamente oscuro. Quería verlos. Pensaba que en algún momento se asomaría la figura del ‘Potrillo’ Escobar, que me diría que no pasó nada, que ellos regresarían, que todo volvería a ser como antes, que Alianza no estaba muerto, que el 8 de diciembre no existía… Vi a Tomassini anotando un gol. A Sussoni saliendo con una pelota bien jugada. Cerré los ojos húmedos y seguí imaginando. Me quedé dormido. Cuando desperté, las cosas seguían igual, el 8 de diciembre sí había existido, y todos estaban muertos. Los potrillos habían muerto, pero Alianza Lima tenía que renacer de sus cenizas.



Ya han pasado 19 años de aquello. Ahora, con 30 años encima, ya no creo en Dios, ni en el diablo, ni en el paraíso, y menos en el infierno. Tampoco creo en la justicia. Aquella justicia que ocultó arteramente la verdad de lo sucedido. Aquella verdad que fue encontrada hace poco en ¡Miami! en la casa del miserable capitán Edmundo Mercado Pérez, quien presidió una junta investigadora de la Marina. Esa misma investigación que determinó que el accidente (o asesinato culposo) se debió a fallas humanas y mecánicas de la aeronave de la Marina, que estuvo en manos del ministro de Defensa de entonces, Enrique López Albújar (asesinado luego por un comando del MRTA en enero de 1990); del presidente del Senado, Luis Alva Castro y, por qué dudarlo, del mismísimo Alan García Pérez y se sentaron en él, sin que el pusilánime e inefable presidente de Alianza Lima de entonces, Agustín Merino, haga algo por exigir que se hagan públicas las conclusiones de la investigación.

Ya no pasará nada. Pero al menos se supo la verdad. ¡Ese es el Perú, carajo! Nada ha cambiado. ¡Salud por ello!

Saturday, July 29, 2006

Lima la rosa


Son las 9:20 de la noche y el patrullero gris KL 9408, de la comisaría de Alfonso Ugarte, disminuye su velocidad y se estaciona lentamente frente al prostíbulo de la cuadra 7 de la avenida del mismo nombre. Angelito también desacelera su andar. Mira sigilosamente. Quiere confirmar sus sospechas. No es la primera vez que lo ve detenerse en esa calle convenientemente oscura. La robusta mujer que lee por enésima vez el mismo periódico chicha, abandona su lugar en la puerta del bulín y se acerca al copiloto. Conversan amigablemente.

A menos de diez metros de la escena, Angelito divisa a una voluptuosa morena que, impaciente, espera al próximo cliente.

"Voy ha acercarme a esta chica buena de la mala vida", piensa.

-"¿Hola, cuánto por el servicio?", pregunta.

-"Veinte soles. Servicio normal. Incluye cuarto, poses y chupadita, mi amor".

-"¿Y a dónde vamos?"

-"Acá cerca, donde está el patrullero. Ahorita se va, no te preocupes", responde ella.

-"¿Pero qué hace un patrullero allí?

-"Están pidiendo su billete esos conchesumadres. Todos los días vienen a esta misma hora", responde con fastidio la morena.

Mientras Angelito dispara su siguiente interrogante, la aparente calma del lugar se ve perturbada por la llegada de un muchacho que, apresuradamente y lanzando gritos, se acerca al patrullero.

-"Jefe, me acaban de robar, acá cerca, ayúdeme por favor".

La gorda del prostíbulo se aleja del patrullero, mientras uno de los policías abre la puerta trasera del vehículo para que el muchacho suba y enseguida acelera.

-"Le dije a ese pata que no vaya para atrás (jirón Cañete). Allá cuadran", comenta la morena. "Esos tombos lo llevarán a la comisaría para que ponga su denuncia y nada más. Ya perdió. La tombería no se mete con nadie acá. Más bien aprovecharán para pedir más billete a los pendejos de la vuelta".

Y no es que cogoteen en esta zona. Eso no. El muchacho fue víctima de los cómplices de alguna prostituta con una modalidad extendida en los peligrosos antros de esta Lima rosa: Un individuo, escondido en el cuarto, se encargó de vaciarle los bolsillos mientras el chico hacía lo posible para no venirse rápido.

-"Mira, esa nota del patrullero me ha palteado un poco. Mejor te busco otro día", se despide Angelito de la morena.

-"No te preocupes, estoy todos los días desde las 9 de la noche".

DE HUATICA A DÀVALOS LISSON
En 1919, Juan González escribió su tesis "La prostitución reglamentada en Lima", donde contabilizó la existencia de 1.109 mujeres dedicadas a la prostitución en una ciudad con 150 mil habitantes. Por lo general, ellas recibían a sus clientes en Huatica, una especie de zona rosa limeña que, 1956, fue clausurada por el presidente Prado. Han pasado más de ocho décadas y ahora el número de prostitutas bordea los 60.000, en una ciudad con ocho millones de habitantes. La mayoría ofrece sus servicios en la vía pública o en lugares que no tienen ningún control de la policía, de los municipios o del Ministerio de Salud.

En la actualidad, la zona más crítica es el Cercado de Lima. Solo entre las avenidas Alfonso Ugarte, Nicolás de Piérola, Garcilaso de la Vega y Bolivia, funcionan, en medio de la informalidad y sin ningún tipo de control sanitario, alrededor de 60 hostales-prostíbulos. Y no solo son estos locales, durante sus diarias caminatas nocturnas para dirigirse al paradero de Alfonso Ugarte, Angelito detectó que también se alquilan cuartos de viviendas particulares para el ejercicio de la prostitución clandestina.

Mientras que en los conos de la ciudad se erigen modernos hostales, con coloridas y llamativas luces de neón en sus fachadas, ofreciendo los mejores servicios; en el Cercado proliferan aquellos que, en muchos casos, tienen las habitaciones apenas separadas por planchas de triplay o, en el peor de los casos, por cortinas oscuras, además de paredes y pisos sucios y malolientes. El precio de las habitaciones de estos antros fluctúa entre los 8 soles (sin baño) y los 20 soles (con baño y agua caliente).

Solo en la cuadra dos del jirón Dàvalos Lisson hay más de diez locales, sin letrero de hostal, pero con pequeños carteles que anuncian los precios de las habitaciones. En la calle, grupos de muchachos, visiblemente desconfiados y con caras de pocos amigos, hacen guardia por si se produce una intervención municipal y, a la vez, se mezclan con quienes controlan el negocio: los cafichos. Estos también cuidan a las meretrices y controlan el número de clientes de cada una, para luego pedirles cuentas.


ZONA TRAVESTI
En esta Lima rosa hay espacio para todos. La prostitución no discrimina. También los travestis tienen su zona: el jirón Washington.

Lo primero que percibe Angelito al acercarse al cine Tauro, en el jirón Washington, es el hediondo olor a orine que flota en el aire. Las paredes exteriores del vecino baño público municipal deben ser el urinario callejero más grande de la ciudad. Entre el cine y el baño público, sentados sobre la vereda, nueve individuos, totalmente alcoholizados, discuten acaloradamente mientras abren una botella más del tóxico y barato trago industrial. A un costado, la caseta de seguridad donada no hace mucho por el congresista Luis Iberico y por la empresa Telefónica, ya perdió su puerta y es un testigo privilegiado de la impunidad que campea en esta oscura, solitaria y peligrosa calle.

Los nueve individuos, que cuando no están alcoholizándose y drogándose se dedican al asalto callejero, han hecho de esta zona su centro de operaciones. Pero no son los únicos. Ellos conviven, en una armonía cómplice, con los travestis que esperan a sus clientes en las afueras del cine Tauro o, si pagan la entrada, los ligan en el interior del local para allí mismo prostituirse.
Los travestis son de los más peligrosos, pues acostumbran estafar a sus clientes y, cuando la noche está floja (como dice la canción de Rubén Blades) y no hay clientes pa’ trabajar, se dedican al asalto al paso con total impunidad, secundados por los delincuentes.

SHOW DOBLE, SHOW DOBLE, PASE
-"Pase pase. A sol la barra, a sol la barra".

-"Show doble, show doble, pase adelante".

-"Hay chibolitas peladitas, choche, pasa no más. A sol".

Gritan a voz en cuello, vestidos con largos abrigos, los jaladores de los nigth club que, desde las 8 de la noche, abren sus puertas en las cuadras 5, 6 y 7 de la avenida Nicolás de Piérola (Colmena).
"Capacidad para 60 personas", es lo único que se lee en la fachada de estos locales. Al igual que los hostales, no tienen letreros exteriores, pues funcionan irregularmente.

Angelito estira su mano para correr la cortina que separa el exterior del interior. Ya adentro, observa a la jauría variopinta de individuos extasiados que no se pierden un detalle de los descoordinados movimientos, sobre un improvisado estrado de madera, de las muchachas que se desvisten al ritmo de la música de la película Ghost: La sombra del amor. Las personas de mayor edad son las que ocupan las bancas delanteras, mientras que los más jóvenes silban, lanzan besos y frases subidas de tono (piropos, según ellos ellos).

-"Sácate todo", grita uno.

-"No pasa nada con esa flaca", se quejan otros.

Al final del show, los que no se acercan a las mesas a consumir licor son sacados a la fuerza del local, mientras otros entran apresurados a buscar la mejor ubicación.

Los que se quedaron, consumen licores adulterados. No les importa pagar altos precios por el trago, porque a cambio de ello, siempre hay una chica cariñosa que los acompañan y los inducen a seguir consumiendo. Les acarician la cabeza, sin dejar de sonreir, mostrando una lengua juguetona y haciendo puchero con los labios. Les hablan al oído, con insinuaciones poco santas, pero, eso sí, sin dejar que el cliente palpe más de lo permitido. A lo mucho, un beso efímero para mantener la buena armonía. Si el cliente se pasa de la raya, es echado a golpes por los "angelitos" que custodian el local. Pero si el cliente desea ir "a otro lado" con la chica, tendrá que abonar no menos de 100 soles para poder sacarla del local y por solo media hora. Ese es el verdadero negocio: licor y sexo, el show es solo el gancho.

CHITOS HIP HOP
Una escena que cada vez se hace más común en estas calles es la que observa casi a diario Angelito. En La Colmena, a pocos pasos de la universidad Federico Villareal, una chito (lesbiana), de no más de 1,55 cm, cabello corto, vestida con un jean ancho, casaca hasta las rodillas con un estampado que dice NBA, zapatillas blancas de hombre y gorra de reguetonero, besa apasionadamente a una prostituta alta, delgada y con un cuerpo que bien podría envidiar alguna modelo. Es fácil adivinar que la chito es su proxeneta.

A unos metros, mientras Angelito camina por el jirón Cañete, se produce otra escena común. Una chito en estado de ebriedad abofetea a una prostituta que no debe tener más de 16 años.

-"¿Por qué sigues conversando con ese conchesumadre. No te das cuenta que me quiere atrasar? Grita la chito.

Está cuidando a su gallina de los huevos de oro. Otro proxeneta de la zona trata de arruinarle el negocio.

Tras la bofetada, la chito desliza su mano derecha por el rostro de la muchacha tratando de secarle las lágrimas, luego le acaricia el largo cabello color cucaracha, y besa sus labios suavemente. Se sientan sobre la vereda. Ya están reconciliadas. Esta vez el beso es más prolongado.

Angelito se aleja, pasa junto a la morena de la otra noche, ambos se miran, "¿Vas?", pregunta ella. Angelito no responde y tampoco desacelera su andar. Ya está cerca de Alfonso Ugarte y le espera una hora de viaje en el lento El Rápido. Poco a poco deja atrás a esta Lima de todos los días, la que no se ve en la millonaria publicidad televisiva de un alcalde que, paradójicamente, tiene más de 90% de aprobación.


DATOS DE LA LLECA

Dávalos Lisson
La cuadra dos del jirón Dávalos Lisson se ha convertido en la calle de los hostales. Hay de todo, desde sitios para el polvo de unos minutos, hasta casas de familia, donde la gente se hospeda por meses. Las tarifas, como los clientes, son muy diversas. Una habitación simple no pasa de los S/.10, una con baño S/15. Un cuarto matrimonial en La Estancia, el hostal más bonito de la zona y el ùnico que tiene letrero de hostal, cuesta S/20. Si el cuarto tiene cable y baño S/.25.

Emancipación
A lo largo de toda la avenida Emancipación, lugar donde proliferan las peperas y los pirañas, los hostales son casas viejas totalmente antihigiénicas, muy concurridos por las prostitutas del jirón Cailloma y algunos fletes. Las habitaciones no pasan de los S/.15

Zepita
En el jirón Zepita confluye toda la prostitución de la avenida Tacna. Los hostales ubicados en esta zona apenas tienen algún letrero que anuncia la tarifa. Son mataderos que cuestan entre S/.8 y S/.10. La tarifa no es por toda la noche.

Cailloma
Donde hay prostitutas hay hostales. Sin embargo, en el jirón Cailloma solo hay un hostal legalmente establecido, el resto son casas de cita y bares de mala muerte como La Sirenita, en el cruce de Cailloma con Quilca. La tarifa en el Hostal Tropical es de S/.20 la noche.

Tuesday, July 25, 2006

En Mendoza otra vez





"Vamos a Mendoza", se apura, con algo de angustia, Diego. "Sacamos las entradas y de paso compramos grifa".

Es sábado por la tarde y Alianza Lima juega en Matute, pero antes Angelito y sus ‘patas’ deben pasar obligatoriamente por este peligroso barrio victoriano. Necesitan las entradas de cortesía porque están misios como para ir a la boletería del Alejandro Villanueva.

CALLEJÓN, REGRESÉ
Mendoza Merino o, simplemente, Mendocita, es una barriada invadida en 1930 y de la cual se desprenden innumerables callejones y recovecos angostos que lo convierten en un verdadero laberinto. Por aquellos tiempos, cuando la policía perseguía a un maleante, ya era sabido que su refugio sería Mendocita. Así, su nombre se convirtió en sinónimo de impunidad.

Han pasado más de 70 años y Mendocita ha cambiado, pero para peor. Sus buenos y malos habitantes siguen conviviendo con abesados y novatos delincuentes, drogadictos fantasmales y, desde el 2000, con el Comando Svr, la barra brava del Alianza Lima.

EL ‘CHE’: ASCENSO Y CAÍDA
Divergencias internas provocaron que el poder de la barra, que hasta 1999 estaba en manos de la Asociación Barra Aliancista, pase a manos del ‘Che Nerito’, cabecilla de la denominada Barraca Rebelde de La Victoria. El ‘Che’ -quien vivía en Mendocita-, a pesar de su metro 55 de estatura, era un líder nato, un parador como pocos y un estratega con sangre fría. Pero por encima de estas características de liderazgo, tenía un defecto que lo marcaría para siempre: la avaricia.

De las más de 500 entradas que el ‘Che’ recibía de los dirigentes del club por cada partido, la mitad las destinaba a la reventa, y el resto lo distribuía entre los diferentes grupos de la barra, previo pago del 60% del costo de la misma.

Una tarde, Angelito fue testigo de un hecho que cambió la vida al ‘Che’, ser repudiado por sus camaradas y, finalmente, perder el poder en la barra.

Caminando por la concurrida avenida Isabel la Católica, donde florece el negocio de los parabrisas robados y ‘bambas’, Angelito observó a un ‘Che’ más intranquilo que de costumbre y optó por no saludarlo. El cabecilla del Comando Svr preguntaba ansiosamente por el Gordo, un muchacho de 15 años que también vivía en Mendocita.

-"Me quiere cerrar ese huevón. Lo cago si se quiere pasar de pendejo".

El Che solía distribuir algunas entradas entre sus allegados para que estos las revendan a un precio superior al que pagaban los barristas. Esto le daba muy buenas ganancias. Al final, cada uno debía responder por las entradas que se les había entregado y luego recibían su parte.
Aquel día, solo faltaba la liquidación del Gordo.

Unos minutos más tarde, estando en ya Mendocita, Angelito vio acercarse, apurando el paso, al Gordo. El ‘Che’ lo divisó y de inmediato le pidió cuentas. El Gordo le dio lo que tenía.

-"Acá falta", le dijo el Che.

-"Lo quiere cerrar", pensó Angelito.

-"Falta el billete de cinco entradas", insistió el Che.

-"Se me cayeron esas entradas. Las perdí", trató de justificar el Gordo.

-"Se te cayeron no pendejo. Lo que pasa es que me quieres agarrar de huevón. A mí nadie me pasea compadre", replicó con furia el ‘Che’. Tenía la misma mirada fría y calculadora con la que preparaba las emboscadas contra los cabros (hinchada de Universitario de Deportes). Pero esta vez su furia parecía incontenible. Sin decir más, sacó el revólver que llevaba debajo del polo y, sin darle tiempo a reaccionar, le disparó un tiro en la cabeza. El Gordo murió en el acto.

Esa misma tarde el ‘Che’ fugó de Mendoza. Aunque meses después fue capturado por la policía y recluido en el penal de Lurigancho.

Luego continuos enfrentamientos entre los mismos integrantes de la barra, finalmente, en el 2001, se logró expulsar a los incondicionales del ‘Che’, que habían quedado al frente de la barra con los mismos métodos de su cabecilla.


BARRUNTO ES MI CORAZÓN
Angelito, Diego y sus demás amigos ya están en Mendozita. Se dirigen a las cuadras 6 y 7, que es el lugar donde se concentra el grueso de la barra a la espera de las entradas de cortesía, por las que pagarán el 60% de su valor. Antes, pasan por el mural dibujado en homenaje a Sandro Baylón, la promesa del club que se mató en un accidente automovilístico una madrugada de un Año Nuevo. Es la misma imagen que lo perennizó celebrando un gol que le hizo al Sporting: Las manos juntas sobre el pecho y la mirada al cielo, como elevando una plegaria.

Centenares de muchachos de todas las edades y condición social, ataviados con polos azules y blancos, algunos esmerándose en mostrar sus tatuajes con símbolos aliancistas, otros dejando ver el la última herida de guerra en forma de cicatriz de delincuente abesado, atestan la calle. Imposible que un vehículo pase por el lugar. Ellos son los dueños de la pista.

Al ingresar a la cuadra 7 de Mendoza, Angelito divisa a otras caras conocidas, ajenas al fútbol, seres fantasmales, sucios, andrajosos, con la mirada perdida en el vacío. Algunos están sentados, otros tratando de caminar, pero con movimientos descoordinados que no les permiten dar más de tres pasos sin parar, se apoyan en la pared, tratando de no caer, algunos ya están de bajada (ya se durmieron), otros siguen entregándose a la pasta. Están en el lugar de siempre: la entrada de una construcción sin techo y con divisiones que parecen laberintos y con una gran insignia aliancista en su fachada. Son unos 15 los que están afuera. Adentro deben haber más. El menor de ellos es chibolo, debe tener 15 años, pero la droga, el llonque (trago hecho de alcohol industrial) y las correrías diarias hacen que su desgastado rostro parezca de no menos de 25 años. Ellos siempre están ahí, día y noche, entregando su vida a la maldita droga, indiferentes a lo que pasa a su alrededor. No se meten con nadie y nadie se mete con ellos. Son del barrio. Son Alianza, pero les importa un pito si hoy hay partido o no. Ellos solo quieren empezar con la próxima liga y esperar la bajada.

En Mendoza también se plasman las desigualdades que observamos a diario. Mientras unos, los más pudientes, esperan el inicio del partido tomándose unas Brahma litro cien, otros solo pueden apelar a la botellita reciclada de plástico llena de llonque, o ‘pichi pichi’, como llaman despectivamente a este licor que cuesta un sol y que es suficiente para empilar a quienes lo consumen. También hay cloro para los que están en capacidad de pagarlo, y marihuana o pasta cabeceada para los más ‘misios’. Otros simplemente no le entran al vicio y esperan a que Juancho y sus acólitos salgan de su callejón con las entradas.

JUANCHO Y LOS SOPLONES
Juancho tomó el poder, apoyado por la mayor parte de grupos, luego de que se erradicó de la barra a los de El Agustino y el Rímac, incondicionales del ‘Che’. De rostro adusto y otrora bronquero como pocos, a Juancho, aunque ganas no le faltan, ahora le es muy difícil ser tan temerario como el ‘Che’. La policía lo tiene seco desde que en el 2002, antes del único clásico que se jugó en el Monumental, los integrantes de la hinchada rival lo sindicaron, junto a algunos de sus allegados, como el que manejaba la barra aliancista, y promovieron la firma de un acuerdo de no agresión entre ambas barras en el Congreso de la República. Los del Comando Svr rehusaron firmar tal pacto, pero tras la delación de sus rivales fueron conducidos casi a la fuerza al Congreso. Ese episodio le valió a la hinchada contraria el apelativo humillante de "soplones". Ahora Juancho, identificado plenamente y con la policía respirándole la nuca, tiene que conducirse con cautela a la hora de organizar los golpes contra el enemigo.

Por lo menos le queda el consuelo de la venta de las entradas de cortesía que, al igual que al ‘Che’, le dan buenas ganancias. Pero Juancho es muy distinto al ‘Che’. Sabe que si comparte parte de ese dinero, tiene asegurada la presidencia de la barra por largo tiempo. Trata de apoyar en todo a las filiales, desde colaborar con las fiestas de aniversario, hasta soltar dinero para los heridos en combate, pasando por facilitar armas de fuego a quien se las pide.
Mientras Juancho y sus acólitos reparten las entradas, a lo lejos la policía observa. Nunca entran a Mendoza. Es peligroso para ellos.

Angelito ya tiene su boleto en el bolsillo trasero del jean azúl, y se une a la procesión de muchachos eufóricos que enrumban a Matute. Con la ropa apestando a pasta y los ojos enrojecidos, a pesar de haber sido solo un fumador pasivo, deja atrás Mendoza, sus callejones, su gente buena y malograda, a Baylón en la misma pose y a sus muertos vivientes que no paran de fumar. El próximo fin de semana volverá, como dice un estribillo del Comando Svr, a Mendoza otra vez.

Bienvenidos a mi maldito blog

Crónicas urbanas de una ciudad maldita como Lima